Carlos Manuel Ledezma Valdez
Escritor, Ingestigador & Divulgador Histórico
Cuentan las crónicas del 9 de noviembre del año 1989, que tras cuatro décadas del experimento soviético conocido como República Democrática Alemana (RDA) o Alemania del Este, caía el Muro de Berlín, poniendo punto final a la denominada Guerra Fría. Durante el verano de aquel año, trece mil alemanes de la RDA, habían decidido marcharse por las fronteras de Praga y Budapest, con la excusa de las vacaciones, aunque la idea en el fondo era llegar desde allí a la República Federal Alemana (RFA) O Alemania del Oeste.
El “Telón de Acero”, también conocido como “Cortina de Hierro”, que fuera el símbolo de separación ideológica y posteriormente física tras la Segunda Guerra Mundial y que había polarizado una zona de influencia soviética en el Este y de los países aliados al Oeste, se desmoronaba. Esta frontera concebida por los dirigentes soviéticos, se materializó progresivamente para evitar la fuga de los ciudadanos del Este hacia el Oeste.
No era la primera vez que la humanidad atestiguaba la construcción de una obra de tremenda envergadura, aunque sí, la primera vez que una muralla era construida para evitar que los de adentro salieran. La historia conserva incólumes las murallas que sirvieron en otros tiempos para prevenir las invasiones y defenderse mejor, aunque el Muro de Berlín se alzó como la tapia de una prisión de altísima seguridad, no para evitar que la gente entre, sino para evitar que la gente escape del régimen que se había instaurado.
De entre las más de 200 víctimas que perdieron la vida en su intento de escapar, Peter Fechter es sin duda alguna al que más recuerda la historia. Peter tenía sólo 18 años y se desempeñaba como obrero en la construcción del muro; cierto día cansado del régimen comunista que se había instaurado en la zona decidió escapar. Un mes antes, la solicitud que presentó para visitar a su hermana en Berlín del Oeste había sido denegada, lo que no lo resignó para poder marcharse.
Cruzar resultaba casi imposible, toda la línea estaba fuertemente custodiada noche y día por soldados fuertemente armados. Llegaron a instalarse hasta 302 torres de control a lo largo del trayecto, perfeccionando la construcción con el tiempo con muros de hormigón armado de hasta tres metros y medio de alto, rematado por alambres de púas que hacía prácticamente imposible sortearlo.
Peter Fetcher estaba dispuesto a correr el riesgo para alcanzar su libertad. Junto a Helmut Kulbeik, se escondieron en un taller próximo al muro para observar el movimiento de los guardias. El 17 de agosto de 1962, aprovechando el primer descuido, corrieron y se encaramaron en la tapia que sortearon con agilidad gracias a su juventud. Kulbeik corrió sin prestar atención a los gritos de peligro, mientras los disparos rompieron el silencio de la tarde berlinesa y el grito seco de Fetcher al desplomarse tras el impacto del proyectil, estremeció a todos.
Una prolongada hora de agonía. Peter clamaba por ayuda, no podía moverse y la sangre manaba profusamente. Nadie acudió en su rescate, los soldados tenían prohibido el paso y las personas sólo atinaban a presenciar aquel espectáculo desgarrador. Cuando se dio la orden para que los soldados rescaten el cuerpo sin vida, aquellos que habían estado presentes para atestiguar el crimen, comenzaron a gritar ¡Asesinos! A los guardias que habían perpetrado tan abominable crimen.
Las víctimas en el Muro de Berlín rondan las 200, aunque también se cuentan aquellas personas que con ingenio y complicidad de familiares que vivían en el Oeste, lograron escapar. Una tirolesa fue construida desde un edificio próximo, permitiendo el escape de familias enteras. Las vacaciones en Hungría, servían para no volver, excavaban túneles subterráneos, gente escondida en vehículos y cualquier forma era válida para huir del régimen comunista de la RDA.
Transcurridas más de tres décadas desde la caída del muro, las cicatrices que conserva la humanidad, deben servir como recordatorio perenne a fin de evitar caer nuevamente en situaciones tan dolorosas como la del relato. Rendir un homenaje tras la muerte a quien sólo busca ser: Libre/ Como el sol cuando amanece/ Libre/ Como el ave que escapó de su prisión y puede al fin volar/ Libre/ Como el viento que recoge mi lamento y mi pesar/ camino sin cesar/ detrás de la verdad y sabré lo que es al fin la libertad; nunca terminan por ser suficientes.
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